Hablemos de Ucrania y de lo que Putin nunca conseguirá de los ucranianos

Estamos asistiendo casi en directo a los terribles sucesos de Ucrania en los que las verdaderas víctimas, como en casi todas las guerras, es la población civil. En este caso no hay una guerra formal porque no hay dos bandos enfrentados, sino un invasor y un invadido, pero el resultado práctico es exactamente el mismo.

Estos días hemos memorizado la silueta de Ucrania, la nación más grande, detrás de Rusia, de las que en otros tiempos formaron parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que tiene un cierto parecido a la de los Estados Unidos,  .

Para ponernos en situación, conviene saber que la población de Ucrania es una mezcla de tendencias culturales siendo lo más destacado que las dos provincias orientales, las que hacen frontera con Rusia, hablan ruso y tienen una buena parte de sus habitantes favorables a la anexión con esta nación. Pero la inmensa mayoría de los ucranianos hablan la lengua nacional, el ucraniano y son mucho más proclives a integrarse en la Unión Europeo, incluso a entrar en la OTAN.

De hecho, ya hace años que la inmensa mayoría de la emigración ucraniana se dirige a las naciones de la Comunidad Europea, en las que, pese a las diferencias de idioma, se integran sin ninguna dificultad. Solo en España hay censados 112.034, una gran parte residentes en Madrid, aunque hay otros núcleos importantes en otras comunidades españolas.

Por otra parte, Ucrania resulta atractiva para los ciudadanos rusos, como lo demuestra que en los últimos censos figura un total de 4.964.293 inmigrantes de esa nación, casi el 12 % de la población. En el desglose por nacionalidades del total de inmigrantes en Ucrania, la mayoría es de procedencia rusa, el 66,65 %, seguida por Bielorrusia, con un 5,00 % y por Kazajistán con el 4,52 %. El resto de proceden de otras naciones.

En términos comparativos con España, Ucrania tiene una extensión de 603.548 km² y España de 505.990.  Su población es de 41.418.717, con una densidad de 69 habitantes por Km2, mientras que en España somos 47.326.687, con una densidad de 94 habitantes por Km2. Es decir: La superficie de Ucrania es mayor, pero tiene menos habitantes y están menos concentrados en grandes ciudades.

Lo que, para efectos de este comentario, permite suponer que Ucrania y España son muy parecidas en tamaño, aunque Ucrania se “estira” más en lo horizontal en su forma y menos en lo “vertical”.

La primera conclusión es que las imágenes que aparecen en las pantallas de televisión dan una falsa idea del despliegue militar del ejército ruso dentro de Ucrania, porque la distancia real entre las columnas que la invaden por el norte, desde Bielorrusia, o por el nordeste por Járkov están separadas por distancia muy superiores a las que hay entre Barcelona y La Coruña, pongo por caso, siendo mayores todavía las que hay entre las de Kiev y las que entran por Rostov o de las que puedan entrar desde la península de Crimea.

En cuando a la pretendida ocupación de Odesa, objetivo prioritario para Rusia porque cerraría todos los accesos al Mar Negro,  parece muy complicada realizarla por tierra desde Crimea, por lo que se supone que necesitarían un desembarco en sus playas, también muy arriesgada porque las fuerzas desembarcadas, como ocurrió en Normandía, quedarían muy desprotegidas si encuentran resistencia en tierra.

Es cierto que mi conocimiento sobre estrategias militares es más bien escaso, pero el sentido común me dice que si entre Dnipró e Ivano-Frankivsk hay más de 1.000 km., no creo que sea fácil moverse entre estas grandes ciudades, o cualquier otras, a velocidad de columna motoriza, con una logística complicada y hostigada por enemigos poco controlados.

Y es razonable pensar que no es esto lo que pretendía Putin porque, repito, no va a tener tanques en cada uno de los de esos 603.548 km² del país.

Es de suponer que su plan era una guerra relámpago, de tres días máximo, aterrorizando a los ucranianos con bombardeos selectivos por aire o con misiles para eliminar bases militares, depósitos de armamento y otros objetivos estratégicos, acompañados por una gran exhibición de fuerza militar por tierra, para conseguir el cambio del gobierno actual por otro, modelo Bielorrusia, totalmente pro-ruso, que no pidiera entrar en la Comunidad Europea, ni mucho menos en la OTAN.

Porque, de ninguna manera, podrá soportar una ocupación larga y en toda la nación.

Y fallado el plan inicial, su opción “B” es casi aterradora para Ucrania, para Rusia y para el resto del mundo “occidental”: mantener un goteo de muertes y acorralar a los habitantes de las grandes ciudades dejándoles sin alimentos, sin agua, sin luz, sin calefacción, sin medicinas y sin posibilidad de salir de sus ratoneras si no es por corredores humanitarios abiertos a Rusia o Bielorrusia.

Y a los lugares del oeste donde no pueden llegar los tanques, el terror llegará por el aire utilizando aviones y misiles.

Se me ocurre, desde mis escasos conocimientos sobre estrategias militares declarados anteriormente, que las enormes columnas de carros de combate que ha exhibido estos días tenían un mucho más de escenografía que de utilidad real, porque un tanque no es nada si no tiene combustible y tantos tanques necesitan cantidades ingentes de combustibles que deben llevarles cubas que, a su vez, necesitan protección porque son muy vulnerables. Tanques si, pero no tantos.

Es obvio que Putin conseguirá esa sumisión inevitable de madres con hijos o con personas mayores que mueren de frio e inanición en su casa y también las deseadas fotos propagandísticas de camiones rusos dando alimentos a los “pobres ucranianos”, hasta ahora martirizados por un gobierno nazi, según esta propaganda y aterrorizados por la violencia de los mercenarios entrenados por la CIA, pero esa boca que recibe alimentos morderá la mano que se los da en cuanto tenga ocasión.

Porque si los ucranianos sentían una progresiva desafección de Rusia en favor de la unión Europea, pasarán de desafección al odio y odio al máximo extremo, porque las naciones eslavas, como pasó con Polonia o Hungría, tienen un nacionalismo muy especial que hace que la guerra contra un invasor dure mucho más que el final de las batallas o que las rendiciones oficiales.

Y porque muchos de los que suplicarán alimentos han perdido sus casas y sus servicios básicos y tienen a sus maridos, a sus hijos, o a algunos familiares luchando contra los rusos por pueblos y ciudades de Ucrania.

Y es seguro que Rusia, la que se permite amenazar a Finlandia, a Suecia y a las naciones bálticas, no podrá soportar el coste económico de una invasión a largo plazo en Ucrania, ni tampoco el coste emocional de enterrar rusos muertos en tierra extraña por la gloria del gran líder.

Una Rusia, cuya ciudadanía está absolutamente desinformada porque Putin sabe muy bien que la nación no soportaría conocer lo que realmente está sucediendo. No se si habría una revuelta o no, porque los regímenes totalitarios lo primero que hacen es asegurarse el control de la policía estatal y de las fuerzas armadas, pero, como siempre ha ocurrido en la historia, su caída sería cuestión de tiempo.

Y a nosotros nos corresponde soportar con paciencia y resignación el sobrecoste de nuestras materias primas y de nuestra energía. No todo, como ha asegurado nuestro presidente, pero si el que sobrepase ese 7,5 % de inflación que ya teníamos antes de la invasión.

Y rogar para que el loco causante de todo este desastre no decida suicidarse si se siente acorralado y abandonado por sus fieles en el futuro,  como hizo Hitler, porque, de decidirlo, no optaría por dispararse un tiro en la cabeza, como hizo su referente más reciente, sino provocando algún tipo de masacre colectiva como acto final de sus delirios de grandeza. Porque Putin tiene “botones” y recursos armamentísticos de los que, afortunadamente, no dispuso el führer.

Los detonantes de la historia: Sarajevo ayer, Ucrania hoy.

Es curioso como un suceso aparentemente menor puede desencadenar acontecimientos insospechados. Lo mismo que el detonante de la primera guerra mundial fue el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara, la invasión de Ucrania ha sido la gota que ha rebosado el vaso del rechazo que estaba provocando en el mundo civilizado el sociópata asesino Vladímir Vladímirovich Putin, presidente actual de la Federación Rusa, posiblemente el hombre menos empático y más despiadado entre los actuales dirigentes mundiales.

Ha conseguido que la Comunidad Europea actúe con una sola voz, el reverdecimiento de la OTAN, un refuerzo de los lazos de los líderes del mundo libre, especialmente entre Estados Unidos y Europa, que Suiza abandone su tradicional neutralidad, que la ONU, ¡la ONU! vote una resolución condenatoria de la invasión, que naciones que permanecían fuera  de la OTAN, Suecia y Finlandia, estén pensando en participar en el tratado, que Turquía, la del imprevisible Erdogan, bloquee el paso de naves de guerra en el Bósforo, que la economía rusa se esté yendo al garete, que rusos de todos los niveles hayan manifestado su desacuerdo con la invasión, afrontando con valentía las inevitables represalias y, en resumen, una ola de solidaridad con el pueblo ucraniano absolutamente imprevista en este mundo que utiliza la globalización a su conveniencia y tan acostumbrado a mirar para otro lado cuando mirar de frente resulta incómodo.

Solidaridad generosa, de la que nos cuesta dinero y bienestar a todos nosotros y, muy especialmente, a algunas de las naciones clientes mayoritarias del gas o las materias primas que llegan de Rusia.

Invasión que, por otra parte, ha puesto de manifiesto que el gran dictador ni siquiera es un estratega de media capa. Se ha limitado a hacer un alarde de fuerza mandando miles de tanques y otros vehículos militares sin tener en cuenta la logística, de forma que muchas columnas se quedan paradas en espera de víveres o combustible, o llegando a la tan temida guerra de guerrillas urbanas, en la que un ucraniano armado con un cóctel molotov puede inutilizar un tanque de doce millones de euros.

Seguro que en el entorno militar de Rusia están rodando cabezas, pero hasta llegar a la del propio Putin hay que escalar muchos peldaños en la jerarquía de esa hermosa nación que tanto me sorprendió cuando la conocí.

Ucrania caerá porque es imposible evitarlo, pero el prestigio del loco homicida también. Prestigio que ya nunca recuperará porque no habrá en el mundo nadie capaz de creer en su palabra y en sus buenos propósitos. Excepto Cuba, Venezuela y alguna que otra nación dirigida por dictadores falsarios disfrazados de demócratas, como el mismo Putin.

Y me permito terminar con este enlace con el discurso de Borrell. Un socialista de la vieja escuela, sin bandazos y claro, muy claro, exponiendo sus convicciones.

No a la guerra o la locura de Putin.

Supongo que los profesionales del “no a la guerra” se han quedado mudos porque no hay forma humana de hacer creer que la posible defensa de un pueblo invadido es una guerra contra el agresor. Aunque hemos visto y oído cosas más incomprensibles.

Lo que no tiene sentido, ninguno, es la actitud absurda de un dictador empeñado en resucitar a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, llamándola la gran Rusia, aunque una cosa no tenga nada que ver con la otra ni en composición geográfica ni en estructura política,

Una URSS que se construyó atrayendo a unas naciones con futuros de grandeza o invadiendo a otras que no querían unirse, recordemos Hungría y tantas otras, exactamente igual que quiere hacer ahora con Ucrania. O quizás peor, porque Putin no habla de alianzas, sino de integración de la nación como una región más de la Rusia actual.

Repitiendo, casi paso por paso, lo que hizo en su día Hitler con sus locuras de la Gran Alemania y de la primacía de la raza aria sobre todas las demás. Putin no ha llegado todavía a ese punto, pero lleva camino de hacerlo.

Sacrificando a una nación que todavía está lejos de llegar a niveles de prosperidad deseables, no digamos de derechos y libertades de sus ciudadanos, dedicando muchos recursos, eso sí, para seguir siendo una potencia mundial en armamento y capacidad militar.

Pero hoy, en pleno siglo XXI y estando el mundo como está en avances y globalizaciones, no puedo por menos que preguntarme ¿quién es el enemigo actual de Rusia? ¿Quién puede tener la tentación de atacarles o invadirles? ¿Europa? ¿Estados Unidos?

He dicho en otras ocasiones que Rusia es de hecho una nación europea, aunque tenga parte de su territorio en Asia y que es en este continente en donde tiene que establecerse buscando un encaje apropiado y justo. Rusia no puede formar parte de la Unión Europea, claro que no, pero si que puede establecerse un estatus de relaciones comerciales y sociales similares a las de otras naciones del continente o del resto del mundo.

Porque lo que no son, de ninguna manera, es un enemigo militar. Pueden ser un competidor comercial, pero también un suministrador de materias primas y productos básicos que vendrían muy bien a nuestras naciones. Lo que nunca ocurrirá mientras existan personajes endiosados como Putin, que encarcela o elimina a sus adversarios políticos y que necesita inventarse enemigos externos para justificar sus desmanes armamentísticos, como hacen los otros tiranos disfrazados de demócratas en el continente americano y en otras regiones del planeta.

Yo he estado en Rusia en dos ocasiones y, aunque desconozco la forma de pensar de los rusos actuales por razones de idioma, he visto gente como la que hay en otros muchos rincones de nuestra Europa conocida. Gente acogedora que va y viene a sus tareas, con un aspecto más boyante en las grandes ciudades, mucho más atrasados socialmente en los pueblos del cauce del Volga. Gente acogedora a la que de ninguna manera deseo invadir y que no tienen pinta de querer invadirme. De venderme sus productos sí y de presumir de su pasado y de su cultura también. Exactamente como hacemos nosotros.

Gente que lleva en sus genes parte de los grandes escritores que me hicieron felices a lo largo de mi vida o de esos grandes músicos que me emocionan cada vez que los vuelvo a escuchar, incluso más, porque descubro nuevos matices en sus melodías. Un regusto especial.

Recuerdo que mi padre, que era Guardia Civil y con pocos recursos, tenía un modesto tocadiscos en el que ponía discos de compositores rusos, especialmente de Tchaikovsky y de Rimski-Kórsakov que, junto a las Czardas rusas o húngaras eran sus preferidos. Seguro que es de ahí de donde procede mi admiración por todos ellos, especialmente por mi mejor ruso, Tchaikovski, en todas sus formas musicales.

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